El cambio climático ha acelerado la frecuencia e intensidad de desastres naturales como incendios forestales, inundación y sequías prolongadas. Estos eventos, como los ocurridos en Quito el pasado septiembre, no solo destruyen infraestructuras y arrasan comunidades, sino que también dejan cicatrices profundas en la salud mental de las personas.
El impacto psicológico de los desastres naturales es a menudo invisible, pero sus efectos pueden durar años. Las víctimas directas, los equipos de rescate y las comunidades cercanas pueden experimentar crisis de ansiedad, depresión y en algunos casos trastorno de estrés postraumático (TEPT).
Cuando un desastre natural ocurre, las prioridades inmediatas suelen centrarse en el rescate, la ayuda humanitaria y la reconstrucción. Sin embargo, las secuelas emocionales son igualmente devastadoras. Las personas afectadas enfrentan pérdidas irreparables: la muerte de seres queridos, la destrucción de sus hogares y la interrupción de sus vidas cotidianas.
Estas experiencias traumáticas pueden desencadenar una respuesta emocional intensa, que en muchos casos se transforma en una crisis prolongada de salud mental, aseguran los expertos.
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Entre los síntomas más comunes se encuentran:
- Ansiedad constante y miedo a que el desastre se repita.
- Trastornos del sueño, como insomnio o pesadillas.
- Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT), caracterizado por flashbacks y revivencias constantes del evento traumático.
- Depresión, que puede manifestarse como una sensación de desesperanza o inutilidad.
- Sentimientos de culpa, especialmente entre quienes sobrevivieron mientras otros no lo hicieron.
El TEPT es una de las condiciones más comunes entre quienes han experimentado desastres naturales. «Los sobrevivientes pueden revivir el evento una y otra vez, experimentar hipervigilancia o sentirse emocionalmente distanciados de sus seres queridos», sostiene la psicóloga clínica Mayra Díaz.
¿Quiénes se ven más afectados con los desastres naturales?
Estudios han demostrado que las personas que viven en regiones propensas a desastres están en un mayor riesgo de desarrollar TEPT, y que sin la atención adecuada, los síntomas pueden persistir durante años, afectando su calidad de vida.
Además, no todas las personas enfrentan el trauma de la misma manera. Según Oscar Llerena, psicólogo educativo, los niños, los ancianos y las personas con discapacidades están entre los más vulnerables a los efectos de los desastres naturales.
Los niños, por ejemplo, a menudo tienen dificultades para comprender la magnitud de la destrucción y pueden experimentar angustia prolongada, mostrando conductas regresivas, miedo a separarse de sus padres o cambios en el rendimiento escolar, afirma el experto.
Mientras que para los adultos mayores, las pérdidas físicas y emocionales pueden ser abrumadoras y a menudo tienen menos acceso a los recursos de apoyo emocional.
El impacto psicológico de los desastres naturales no se limita a los afectados directamente. Los equipos de rescate y los trabajadores humanitarios también enfrentan una enorme presión emocional, ya que están expuestos a escenas de devastación y muerte.
Muchos de estos profesionales desarrollan síntomas de agotamiento emocional, conocidos como «fatiga por compasión», que pueden afectar su bienestar mental y su capacidad para continuar brindando ayuda efectiva.
La necesidad de atención psicológica inmediata
Para mitigar el impacto de los desastres en la salud mental, los expertos señalan la importancia de proporcionar apoyo psicológico inmediato y de largo plazo. El primer auxilio psicológico durante los días posteriores a la catástrofe puede ser crucial para ayudar a las personas a procesar el trauma y prevenir trastornos más graves. También es fundamental la creación de redes de apoyo comunitario, donde las personas puedan compartir sus experiencias y recibir orientación profesional.
Para proteger la salud mental en tiempos de incertidumbre recomiendan, entre otras cosas, no consumir noticias de forma excesiva para no provocar un aumento en la ansiedad. Es recomendable limitar el tiempo dedicado a las noticias y redes sociales, y buscar fuentes confiables.
Dedicar tiempo a actividades que generen calma, como la meditación, la respiración profunda o el ejercicio físico en espacios cerrados, puede ayudar a reducir el estrés. Hablar sobre las emociones y los miedos con amigos o familiares es una forma efectiva de procesar la ansiedad.
Si las preocupaciones le abruman, buscar apoyo profesional es esencial. El estrés prolongado puede afectar el sueño, lo cual empeora el estado emocional. Es importante establecer una rutina para descansar bien, limitando el uso de pantallas antes de dormir.
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