Liudmyla Momot enjuga sus lágrimas mientras revuelve los escombros de su casa, cañoneada por separatistas respaldados por Rusia en el este de Ucrania, en busca de ropa y artículos del hogar que pueda salvar.
Su aldea de Nevelske, al noroeste de Donetsk, la ciudad en poder de los rebeldes, está apenas a tres kilómetros de la línea de contacto entre los separatistas y las fuerzas ucranianas. Todos los habitantes se han ido, menos cinco.
Durante el día se escuchan frecuentemente disparos de armas cortas, tras los cuales se escucha el estruendo de artillería ligera y de los obuses al anochecer.
Tras más de siete años de conflicto sangriento, Ucrania y las potencias occidentales temen que una acumulación de fuerzas del lado ruso de la frontera presagie una invasión o la reanudación de hostilidades a gran escala.
Los rebeldes cañonearon Nevelske dos veces el mes pasado, lo que dañó o destruyó 16 de las 50 viviendas de la aldea y acrecentó el nerviosismo de los habitantes que permanecen ahí.
Las relaciones entre Ucrania y Rusia se deterioran
“Cuanto peores son las relaciones entre Ucrania y Rusia, más sufrimos nosotros, la gente común”, dijo Momot, una mujer de 68 años que ha trabajado en una granja lechera durante toda su vida.
Se ha quedado sin hogar, “¿y quién lo hubiera imaginado? Estaba juntando leña y carbón para el invierno”.
Después que el obús cayó sobre su casa, Momot huyó a un asentamiento cercano donde vive su hijo. Pero el miedo no la abandona.
“Tenemos miedo de que comience una gran guerra. La gente está asustada y ha empacado sus pertenencias”, dijo Momot mientras recogía mantas, ropa de abrigo y otros objetos entre los escombros.
El conflicto en la cuenca industrial del este llamada Donbas estalló en abril de 2014, semanas después que Rusia anexó la península de Crimea luego del derrocamiento del presidente ucraniano pro-Moscú.
Ucrania y Occidente acusan a Rusia de apoyar a los rebeldes con tropas y armas, pero Moscú dice que los rusos que se sumaron a la lucha eran voluntarios que actuaban por su cuenta.
Los combates han provocado más de 14.000 y el desplazamiento de dos millones de personas de sus hogares en el este.
Cuando comenzó el conflicto, Nevelske tenía 286 habitantes. Ahora, las cinco personas mayores que permanecen en la aldea en ruinas recolectan agua de lluvia para beber y cocinar. Entre los envíos de ayuda humanitaria subsisten con pan duro.
“Nos hemos acostumbrado al cañoneo”, dijo Halyna Moroka, de 84 años, que se quedó para cuidar a su hijo discapacitado.
Un acuerdo de paz de 2015 mediado por Francia y Alemania puso fin a las batallas en gran escala, pero las escaramuzas son frecuentes. La Organización para la Seguridad y Cooperación Europea, que monitorea el endeble cese de fuego, ha reportado un número creciente de incidentes, por los cuales las partes se acusan mutuamente de violar la tregua.
Aumenta el número de tropas rusas en frontera
“La situación de seguridad en la línea de contacto sigue siendo causa de inquietud, con un alto nivel de actividad cinética”, dijo Mikko Kinnune, representante de la OSCE en el grupo que incluye a delegados de Ucrania, Rusia y los rebeldes”.
Ante la acumulación reciente de tropas rusas, Washington y sus aliados han advertido a Moscú que pagará un alto precio económico si ataca a Ucrania. Moscú niega tener tales intenciones y acusa a Ucrania de planear la recuperación del control sobre el territorio en poder rebelde. Kiev lo niega.
El presidente ruso Vladimir Putin reclama a Occidente garantías vinculantes de que la OTAN no se extenderá a Ucrania ni instalará armas en su territorio, y dice que esa es una “línea roja” para Moscú. Washington y sus aliados se niegan a dar esas garantías, pero el presidente Joe Biden y Putin resolvieron la semana pasada reunirse para discutir las inquietudes rusas.
Las amenazas geopolíticas repercuten en Nevelske en las escasas ocasiones en que la electricidad llega a la aldea y permite a los habitantes ver los noticieros rusos por televisión.
“¡No queremos guerra!”, exclamó Kateryna Shklyar, de 75 años, quien vive con su esposo Dmytro. Su hija y nietos viven en la vecina Krasnohorivka, un suburbio de Doetsk que está bajo control de Ucrania.
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“¿Cuánto durará este martirio?”, preguntó Shklyar. “Ha desgastado nuestras almas y corazones. Esto no es vida, pero no tenemos a dónde ir”.
Los grupos humanitarios proveen a Nevelske y otras aldeas de productos básicos e incluso tratan de ofrecer alojamiento en zonas más seguras, pero sus recursos son limitados.
“Yo simplemente trato de sobrevivir día a día, llegar a la noche, y me duele hasta el alma”, dijo Moroka, que ha perdido la visión de un ojo pero no consigue atención médica.
“Tenemos miedo”, añadió. “Es aterrador estar aquí sentados esperando la muerte. ¡Es horrible!”