Miles de marroquíes se resignan a vivir en tiendas de campaña tras el terremoto que el pasado viernes sacudió varias provincias del sur del país y acabó con la vida de casi 3.000 personas, con el temor a que pronto llegará el invierno y la esperanza de recuperar cuanto antes sus casas.
A partir de Amizmiz, una de las puertas del Alto Atlas, y rumbo al sur, las plazas de pueblos y aldeas, las laderas vacías, los prados colindantes a localidades y barrios, incluso los espacios robados a las orillas vacías de las carreteras, se han convertido en alojamientos improvisados en los que se levantan miles de tiendas de campaña.
Desde las zigzagueantes carreteras y pistas forestales que comunican algunas de estas poblaciones como Anerni o Imi N’Tala se distinguen por todas partes los campamentos de amarillo chillón: las nuevas aldeas de plástico en las que los lugareños intentan superar la tragedia y adaptarse con resignación a las nuevas circunstancias.
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Alimentos para los niños
A unos 40 kilómetros al este de Amizmiz, la localidad de Asni – también la población más importante de su zona y la más cercana al monte Tubqal, la cima más alta del norte de África- acoge un gran campamento de damnificados del sismo con tiendas construidas por el Ministerio de Interior y adyacente al hospital de campaña montado por el Ejército marroquí.
Fuera del campamento, se ven también otras jaimas dispersadas en diferentes puntos de la localidad montañosa que van entregando las autoridades a los vecinos no muy lejos de sus casas en diferentes colinas.
“Dios lo ha querido así” asegura a EFE Naima, de 51 años y enferma de cáncer, que lleva realojada en un campamento de la parte alta de Amizmiz desde el lunes.
En su pequeña tienda de campaña, donde vive junto a la familia de su hija y tres de sus nietos, insiste en que lo ha perdido todo.
El suelo está cubierto por mantas y en las esquinas se amontonan más cobertores, botellas de plástico vacías, una escoba, una pequeña hornilla y la imprescindible tetera que no puede faltar en ningún hogar marroquí.
Tanto ella como su hija Lamia, de 30 años, insisten en que no tienen comida, ni leche para los niños, ni tampoco un lugar donde lavarse.
Y muestran sus pies llenos del polvo del solar donde se levanta este campamento que aloja a los vecinos del barrio contiguo. (EFE)
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