La soledad incrementa el riesgo de muerte prematura. Se la vincula con la ansiedad, la depresión, el suicidio y la demencia. Aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares y accidentes cerebrovasculares. Afecta a personas de todas las edades, pero los adultos mayores y los adolescentes son especialmente vulnerables.
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Todo lo que leyó hasta aquí fue tomado en cuenta por la Organización Mundial de la Salud (OMS) para catalogarla como un problema de salud pública; en esa categoría están enfermedades o padecimientos peligrosos que afectan a una gran parte de la población.
La soledad es más compleja de lo que se suele pensar. No se trata únicamente de estar físicamente solos, sino de sentirse desconectados y aislados emocionalmente. En un mundo hiperconectado por el internet, las redes sociales y la tecnología, la soledad se ha convertido en un fenómeno cada vez más frecuente.
Este no es solo un problema individual, sino colectivo. Las consecuencias de la soledad se extienden a la sociedad en general, pues afectan el bienestar, la productividad y aumentan la carga sobre los servicios de salud.
Si bien la soledad ha sido utilizada desde la antigüedad como un espacio de creación, reflexión, conexión con uno mismo y autoconocimiento, cuando ésta es involuntaria, puede convertirse en una epidemia silenciosa y muy riesgosa. La mejor manera de combatir sus efectos negativos es incentivar las redes de apoyo y fomentar una conexión genuina.
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