Resulta fácil armar una lista de historias centrales para el Abierto de Australia —desde la búsqueda de Rafael Nadal de imponer el récord en sencillos para hombres con 21 títulos al intento de Serena Williams por alzar su 24to; del deseo de Novak Djokovic de conquistar un tercer trofeo consecutivo en Melbourne Park a la defensa de Sofia Kenin de su primer campeonato de un torneo mayor, entre otras cosas.
Pero ninguna destaca más para las próximas dos semanas que las dudas en torno al coronavirus.
Realizar un evento deportivo internacional de esta magnitud en medio de una pandemia es una apuesta complicada. Quizá aún más con cerca de 30.000 aficionados en las tribunas diariamente.
Habrá mucho que ver, si el torneo es capaz de salir adelante. Después de todo, la pandemia continúa.
“Durante los duros meses de cuarentena en España, ha habido demasiados problemas como para pensar en el tenis, ¿no lo creen?”, preguntó Nadal, quien empató a Roger Federer con 20 títulos de torneos major, tres más que Djokovic, al coronarse en el Abierto de Francia en octubre del año pasado.
Y sin importar si Australia ha logrado contener el brote de COVID-19 mucho mejor que países como Estados Unidos, el lunes se registró un recordatorio de la precaria naturaleza de un extenso evento deportivo con figuras internacionales, a una semana del inicio programado del primer Grand Slam del año: Todo un día de competencias en la media docena de torneos de preparación en Melbourne fue pospuesto debido a que dio positivo en coronavirus un trabajador de un hotel que albergaba a 160 jugadores.
El sorteo para el Abierto de Australia también tuvo que ser aplazado un día.
Antes de que se anunciara la suspensión de 24 horas, el tenista australiano Nick Kyrgios tuiteó una duda que parecen compartir el resto de los competidores: “¿Jugaré mañana?”
“Fue un poco de incertidumbre”, afirmó más tarde. “No tenía idea de lo que ocurría”.
Ese tipo de cuestiones podrían mantenerse a lo largo de un torneo que de antemano fue aplazado tres semanas de su fecha de inicio original a fin de permitir que todos los competidores y su séquito cumplieran con una cuarentena a su arribo al continente.
“Desde una perspectiva del tenis, uno no puede prepararse al 100%”, aseveró el ruso Daniil Medvedev, subcampeón del U.S. Open en 2019 . “Uno trata de hacer lo que puede”.
La mayoría de los competidores sólo puede dejar su habitación de hotel cinco horas al día para entrenar. Más de 70 jugadores tienen prohibido salir de sus habitaciones durante ese periodo dado que estuvieron potencialmente expuestos al virus durante los vuelos alquilados que los llevaron a Melbourne desde diferentes partes del mundo.
El desgaste físico y mental que causa ese tipo de encierro podría afectar a cualquiera, sin importar que sea un deportista de elite.
El plan es permitir la presencia de 30.000 aficionados en las tribunas al día, aproximadamente 50% de la capacidad —y un enorme cambio en comparación del torneo de Grand Slam anterior, el Abierto de Francia de 2020 —que apenas contó con cerca de 1.000 espectadores diarios, y el U.S. Open, que se jugó sin público.
“No hay tal cosa que el riesgo nulo”, subrayó el director del Abierto de Australia, Craig Tiley, al ofrecer lo que llamó un parafraseo de un funcionario del gobierno australiano. “Siempre habrá riesgos. Y el objetivo es minimizarlos lo mejor posible”.