Las mascotas jugaron un papel importante en la pandemia.
Luciana Benetti sintió un mareo que la hizo desvanecerse cuando estaba sola en su casa de las afueras de Buenos Aires durante la pandemia del nuevo coronavirus. De inmediato Chanchi se acercó a la adolescente y con su hocico le movió la cabeza hasta hacerla reaccionar.
Chanchi no es un perro rescatista sino el cerdo enano que Benetti recibió de regalo de su madre al cumplir 15 años en abril de 2020. El animal reemplazó la fiesta con la que la adolescente pensaba celebrar esa fecha tan simbólica y que tuvo que ser suspendida por la cuarentena.
“Un día se me aflojaron las piernas y vino corriendo. Me agarraba del pelo y me levantaba la cabeza”, recordó la joven en una entrevista reciente con The Associated Press.
En esos días Benetti no acudía al colegio y estaba encerrada en su casa, recibiendo clases de forma virtual. “Me cortó la posibilidad de hacer relaciones. No me sentía bien, tenía mareos por no poder salir”, explicó.
Pero Chanchi la ayudó a mantenerse a flote. El cerdito de raza Juliana fue el amigo que le faltó y ahora no imagina la vida sin él. “No sería yo”, sostuvo Benetti, a quien le gusta sostener en brazos al animal de 25 kilos.
Resulta difícil creer que un cerdito de pelo áspero, un diminuto petauro de Indonesia, una rata de cola larga o una tarántula puedan reconfortar a quienes han lidiado con los duros momentos que trajo aparejados la pandemia. Pero así ha ocurrido en Argentina, donde animales exóticos y otros más comunes han aliviado la soledad durante el largo aislamiento.
Con Chanchi a su lado, Benetti comenzó a sentirse más alegre y se despertaba por las mañanas “más activa” y con ganas de interactuar con el animal.
El cerdito todavía intenta introducir su cabeza dentro de la ropa de la joven, como cuando era pequeño, pero ahora sólo le cabe el hocico. Sigue durmiendo con ella en la cama, la recibe con un resoplido de alegría cuando llega a la casa y come de su mano. A la orden de “vamos a pasear” corre hacia la reja que rodea la vivienda y apoya el hocico a la espera de la caminata por el barrio.
En su departamento de Buenos Aires, Lorena Álvarez convive con sus “bebés”, como le gusta denominar a los 28 petauros que la acompañan día y noche.
“Me generan amor puro… ¿Sabés lo que es acostarte y que vengan todos a romperte las pelotas (molestar) y te coman a besos?”, afirmó Álvarez, quien preside la organización no gubernamental Amor por los Animales No Convencionales.
La mujer vive sola y da clases virtuales de estadística a universitarios. Durante la pandemia, en la que por “problemas personales” estuvo triste, se sintió “super acompañada” por los pequeños mamíferos marsupiales de ojos saltones y vivaces, originarios de Indonesia.
“Yo me levanto y vivo por ellos, son mi motor de lucha y de vida”, afirmó Álvarez mientras sostenía a una de sus mascotas en las manos y le daba besos y otras dos trepaban por su cuerpo disputándose sus caricias y luego saltaban, planeaban y aterrizaban en el suelo.
Cuando al principio de la cuarentena los petauros -habitualmente nocturnos- notaban la presencia de Álvarez durante el día, revolvían todo y se escondían en lugares insólitos. Pero se acostumbraron a verla.
“Los hice seres muy sociables y cuando hago un Zoom me aparece uno en la cabeza. Es un papelón. Tengo que cortar la cámara”, indicó la mujer, quien tiene un permiso como coleccionista de estos animales.
Aunque es casi imposible estimar cuántos animales fueron adquiridos o adoptados durante la pandemia, el veterinario Adrián Petta dijo que en el último año y medio ha tratado a cientos de chanchitos, conejos, loros, roedores y anfibios -como gecko leopardos-.
“Muchas personas se han sentido solas y han buscado mascotas o están cansadas de la tele y las computadoras y necesitan más relaciones afectivas. También quieren que sus hijos adquieran una responsabilidad o estén en un contacto mayor con la naturaleza”, explicó el veterinario.
Según Petta, aunque algunos animales no sean afectivos “la gente puede alimentarlos y sentir que alguien o algo los necesita”.
Algunas organizaciones argentinas defensoras de los animales o especializadas en la vida silvestre cuestionan la tenencia de petauros u otros ejemplares exóticos como mascotas. Respecto de estos marsupiales -cuyo ingreso al país dejó de autorizarse hace varios años- señalan que deben vivir en grupos y necesitan espacio. Cuestionan que suelen ser alimentados inadecuadamente con comida para perros o gatos.
Álvarez, que les suministra una dieta variada de frutas, verduras, carne, insectos y los hizo castrar, dijo que viene haciendo hincapié en que “as un animal delicado y estamos armando un programa con entidades públicas de Buenos Aires” para entrenar sobre su cuidado.
Según Petta, se puede tener petauros “si hay como mínimo una pareja”, viven en jaulas grandes y son liberados de forma controlada en ciertos horarios. “Como es muy difícil conseguirles néctar y salvia de árboles, ciertas personas que los crían hicieron dietas específicas como pulpas de frutas y cereales mezclados en una pasta” para alimentarlos correctamente.
Durante la pandemia Osvaldo Negri, un enfermero de 50 años, encontró refugio en 60 arácnidos, entre ellos varias tarántulas que adquirió a través de un importador.
Negri, que trabaja en un hospital, sufría años atrás de aracnofobia, pero decidió enfrentar el problema y comenzó a criar a estos artrópodos. Mientras enfocaba su energía en ellos lograba olvidarse del COVID-19.
El enfermero se “bañaba en alcohol” cuando llegaba estresado a su casa del trabajo pero al rato conseguía “desenchufarse” observando y tocando a las arañas durante un par de horas. Alimentarlas con cucarachas y sostenerlas con suavidad era más que terapéutico.
“Me concentro en que me tengo que mover despacio, porque si se asustan se pueden caer y si se golpean en el abdomen se mueren”, dijo el enfermero mientras mostraba a AP una colorida y peluda tarántula Brachypelma smithi, de origen mexicano, que sostenía sobre la palma de su mano.
Con sus ojos brillantes, Reggae y Brahma se agarran a las rejas de la jaula cada vez que ven a su dueña, Solana Pesca, regresar al pequeño departamento que los tres comparten en Buenos Aires. Las dos ratas son tan cariñosas como un perro, según la joven.
El macho negro de cola larga y la hembra de tonalidad clara fueron los compañeros que durante la cuarentena acompañaron a Pesca en los momentos de soledad que sufrió en el apartamento de un ambiente al que se había mudado. Sus padres no residen en la capital argentina y ella los extrañaba.
“Captan lo que sentís, te buscan”, aseguró la técnica de 27 años que trabaja en el cuidado de animales de laboratorio al recordar los momentos en que sus mascotas se le subían encima o se mantenían cerca al escucharla sollozar cuando durante largas horas preparaba sus exámenes para obtener una licenciatura en Agroalimentos.
A Pablo Vázquez y Agustina Ancales la pandemia los sorprendió a los pocos meses de empezar a convivir en su casa de las afueras de la capital argentina. En octubre de 2020 recibieron la noticia de que él tenía cáncer y tuvieron que reforzar el encierro.
Sigmoide es el perro bóxer que los ayudó a atravesar el difícil momento. Fue bautizado así porque el primer diagnóstico indicaba que el cáncer afectaba al colon Sigmoide -una zona del intestino grueso- aunque posteriores estudios determinaron que el problema estaba en el recto.
Vázquez, de 36 años, pasó los agudos dolores que le producía el tratamiento de quimioterapia con el perro acurrucado a su lado en la cama. “Estar ahí al ladito, acompañándome… eso me sacaba del mal momento”, recordó.
Las mascotas, compañeros incondicionales
En esos ratos de flaqueza en que le faltaban palabras para consolar a su pareja, Ancales, de 24 años, se retiraba al patio de la vivienda a fumar acompañada por su perro. “Lo acariciaba y lloraba; yo necesitaba algo, alguien que no te va a juzgar”, señaló.
En el Hogar San José de la localidad bonaerense de Tandil, que acoge a más de 40 huéspedes, muchos de condición humilde, Alberto Castro pasaba el tiempo solo sentado en un sillón. Pero cuando en marzo llegó Coco, un caballo muy deteriorado que necesitaba cuidados, el anciano de 77 años se pasó tres días cortándole las crines.
Castro fue superando la depresión mientras alimentaba y atendía al caballo que trajo el encargado del asilo para que los ancianos interactuaran con el animal durante el encierro. Coco ya está recuperado y comenzará a pasear a los huéspedes en unos pocos días.
“Me cambió la vida. Lo cuido, me busca y cuando me acerco me relincha. Mientras yo esté no le va a pasar nada”, dijo Castro mientras acariciaba al animal en el predio arbolado que rodea el hogar ubicado a unos 430 kilómetros al sur de Buenos Aires.
A pocos metros y en una silla de ruedas, Valentín Faijoo, de 63 años, hablaba con varios canarios y jilgueros que revoloteaban en dos jaulas a los que crio durante años y que las autoridades del asilo trajeron para que lo ayudaran a recuperarse de un accidente cerebral. “Yo me voy a dormir y los saludo… este amarillo me escucha”, dijo el hombre.