A pocos días de haber iniciado el 2021, resulta pertinente y oportuno dar una mirada hacia atrás, para entender lo que ha ocurrido con la educación en un año atípico, marcado por una pandemia mundial y un sector educativo que se presenta seriamente afectado.
De la misma manera en que muchos estudiantes tienen un recuerdo icónico e imborrable de algún profesor que por distintas vivencias y experiencias ha formado parte fundamental en su formación no solo educativa, sino también personal, el 2020 será recordado en la historia de la educación de Ecuador y el mundo, como el año que puso en evidencia y acentuó los desafíos educativos que deben ser superados.
La pandemia evidenció los problemas
Según Roberto Passailaigue, rector de la Universidad de Guayaquil, «antes de la pandemia, los sistemas educativos en el Ecuador funcionaban con su modelo tradicional entre positivo y negativo. Los establecimientos con mayores herramientas de aprendizaje y recursos académicos son los que preparan mejor a los estudiantes y, sin lugar a dudas, la gran diferencia la hacen los establecimientos cuyos profesores son proactivos, cuentan con recursos pedagógicos y están capacitados e integrados a la docencia. El éxito radicaba en la actitud del profesor y de los directivos».
Para Claudia Tobar, directora del Instituto de Enseñanza y Aprendizaje IDEA y Academia SHIFT de la Universidad San Francisco de Quito, «la pandemia es la lupa gigante que reveló los problemas que ya tenía la educación».
Señala que antes del COVID-19, «este sector había recibido mejoras visibles, como la infraestructura, sin embargo, lo verdaderamente importante había quedado por fuera, es decir, el acceso a plataformas educativas y materiales pedagógicos que aporten a la educación, pues acceso no necesariamente significa calidad».
Acelerada y desordenada digitalización
Otro factor que marcó un quiebre para Sofía Cabrera, máster en Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología, docente universitaria en la carrera de Periodismo de la UTE y cofundadora y coordinadora de KUNA, fue la digitalización acelerada y desordenada que los actores se vieron obligados a adoptar.
Esto profundizó las brechas digitales en un contexto donde no existía preparación y que debía estar acompañada de políticas públicas.
Lo cierto es que hoy, en medio de la pandemia, la educación ha cambiado de manera radical. Los alumnos ya no asisten físicamente a la escuela o al colegio, los compañeros de aula están en sus casas, sus habitaciones son sus aulas y sus profesores, sus tutores.
Tiempos de retos para docentes y alumnos
«También han sido meses retadores para los docentes, pues han tenido que arreglárselas solos y acomodar sus lecciones para que los alumnos aprendan de la mejor manera. Se han visto en la necesidad de analizar los contenidos, las destrezas y las habilidades para priorizar lo más importante que los alumnos deben aprender, en muchos casos, sin una guía, un texto ni una plataforma», aseguró Juana (nombre protegido), coordinadora académica de primaria de un plantel ubicado en la región Costa.
«Definitivamente, prescindir de textos escolares y plataformas de educación ha sido el error más grande que se ha cometido este plantel durante los últimos años y este ha sido un año desastroso académicamente, los estudiantes carecen de cimientos para aprender. Los libros son indispensables para continuar con el proceso de aprendizaje, según el currículo establecido por el Ministerio de Educación», señaló.
Ciberseguridad
En las clases virtuales, surge una serie de ventajas y desventajas. La vulnerabilidad de los estudiantes hacia los ciberataques abre una importante discusión sobre la necesidad de incluir nuevas materias al currículo, como Ética Cibernética, sugerida por Claudia Tobar, y Alfabetización virtual, propuesta por Sofía Cabrera.
De su lado, Gilda Alcívar García, Ph. D, rectora de Ecotec, asegura que «los ciberataques se pueden evitar con un mayor control de los monitores, en el hogar o los centros educativos, poniendo horarios de uso de la computadora y por medio de la tecnología, bloqueando en el sistema el acceso a páginas o programas que podrían vulnerar los equipos y capacitando al estudiante o el usuario en el buen uso de Internet».
María de Lourdes Arosemena, mamá de dos niños de 7 y 9 años, considera que, «si bien es cierto que la educación en general es una responsabilidad compartida, las unidades educativas deben incluir en sus modalidades de estudio plataformas virtuales que garanticen esta seguridad y que cumplan con todas las demandas que requiere una educación virtual. Esto significa: entornos digitales seguros, amigables y con un aval pedagógico. Además, es indispensable contar con métodos de autenticación segura para contrastar la identificación de los alumnos y docentes que se encuentren en línea».
¿Qué hacer con la falta de conectividad en Ecuador?
«En un escenario ideal, las áreas rurales del país deberían contar con acceso a Internet, sin embargo, como una solución inmediata, imperante y que, incluso, no debería desaparecer —si es que en un modelo soñado todos los niños y adolescentes contaran con acceso a internet—, están las guías pedagógicas y metodológicas, porque con estas, docentes, tutores y estudiantes sabrán cómo y qué hacer», asegura Sofía Cabrera.
Si los alumnos no tienen acceso a Internet, especialmente en las zonas rurales, tienen la posibilidad de tener un aprendizaje experiencial donde construyen el conocimiento a través de experiencias en el mundo real. Los estudiantes aprenden haciendo y donde existe relación entre el individuo y su entorno.
En este contexto, el aprendizaje basado en proyectos o en resolución de problemas que pueden ser aplicados a su comunidad les permitiría desarrollar las destrezas del siglo XXI: creatividad, comunicación, colaboración y pensamiento crítico, tan importantes para el futuro.
Roberto Passailaigue considera que la prohibición de compra de textos escolares no fue una medida pertinente en su momento, pues los libros son una herramienta necesaria para el aprendizaje, toda vez que aún no se puede hacer toda la investigación en línea por la falta de recursos técnicos.
Instituciones huérfanas
En medio de todas las incertidumbres a las que los actores del sistema educativo están expuestos, existen apoyos y ayudas indispensables para generar la estabilidad y la certeza que niños, jóvenes, familias y docentes necesitan en su proceso de aprendizaje.
En ese sentido, los textos escolares, las guías pedagógicas, las plataformas educativas desarrolladas con fines pedagógicos y no administrativos, las metodologías avaladas y, por supuesto, los docentes son claves para garantizar una educación de calidad.
A pesar de ello, una de las medidas que algunas instituciones tomaron al iniciar clases en Sierra y Costa fue prescindir de textos escolares y plataformas educativas y, en muchos casos, estas resoluciones se dieron por presión de algunos padres de familia que demandaban ahorro, pensando en que, al dejar de lado estos recursos que representan la columna vertebral de la educación, tendrían cierta holgura financiera en sus familias.
Lo que no tuvieron en cuenta fue que no estaban negociando la calidad de la tela que utilizarían en los uniformes o el menú del refrigerio, sino que lo que estaba en juego era, nada más y nada menos, el instrumento del desarrollo estudiantil, la base de la educación.
Ante esta realidad, es apenas obvio deducir que los alumnos de las instituciones que adoptaron estas medidas se quedarán un tanto rezagados en el aprendizaje.
Con seguridad, y de manera lamentable, se notará que aprendieron menos que el resto de los estudiantes y se van a tener que realizar ajustes académicos para ellos en el futuro.
Para Gilda Alcívar García, «se verá un retroceso en aquellos estudiantes que vivieron esa realidad. Sin libros ni plataformas educativas no hay un proceso formativo real».
Sabemos que para los docentes también ha sido un reto que superar, pues al no tener los instrumentos para desarrollarse como docentes, han debido invertir sus esfuerzos en identificar los contenidos que se impartirán en clase, en lugar de buscar las formas de hacerlo.
La educación ideal
«Es aquella que responde al contexto y al sujeto. La educación presencial es una experiencia que combina lo académico con el desarrollo de habilidades blandas (aquellas transversales a la vida), como el liderazgo, el trabajo en equipo, etc. Además, la presencialidad permite que los estudiantes usen los espacios físicos (laboratorios, salas de lectura, aulas especiales, zonas de integración, bibliotecas, complejos deportivos, etc.) que facilitan sus procesos de aprendizaje. La tecnología es un eje transversal para la presencialidad, pero no la reemplaza», enfatizó Gilda Alcívar García.
Roberto Passailaigue considera que se impondrá el B-Learning, la educación mixta o combinada, que corresponde al aprendizaje que combina el e-Learning (encuentros asincrónicos en línea) con encuentros presenciales (sincrónicos o en línea), tomando las ventajas de ambos tipos de aprendizajes.
Este tipo de educación o capacitación implica utilizar nuevos elementos de tecnología y comunicación y nuevos modelos pedagógicos, como entornos virtuales de aprendizaje, recursos multimedia, herramientas de comunicación virtual (foros, correos electrónicos), video conferencias, webinars, aulas inversas (flipped classroom), educación por competencias, trabajos por proyectos, entre otros recursos pedagógicos y andragógicos. Para esto, se necesita contar con todos los recursos tecnológicos.
Actualmente, y bajo la realidad que vivimos, lo ideal es trabajar con un modelo combinado (blended) que tiene presencialidad y virtualidad, para poder gestionar aforos reducidos y distancia social.
Combinar tecnología y humanismo
Claudia Tobar, desde una mirada holística, considera que La educación ideal es la que se combina lo mejor de la tecnología y el humanismo. «Debemos combinar herramientas tecnológicas y en papel, pues a nivel cerebral se procesan estos de manera distintas», mencionó.
Es responsabilidad del Estado asegurarse de diseñar e implementar una educación que cuente con un currículo actualizado, adaptado a las demandas actuales, en donde las metodologías experienciales sean las que predominen.
A esto se suma una combinación entre lo que sucede en las aulas —virtuales o presenciales—, donde el texto escolar esté presente y se evite el abandono entre niños y docentes en el acompañamiento y guía.
Si bien es cierto que ha sido un año complejo, la pandemia también ha sido un momento de oportunidad para redireccionar a la educación del país, disminuir las brechas tecnológicas y crear una conciencia en los padres de familia sobre la importancia de tener un rol protagonista en la educación de sus hijos, en donde lo urgente no suplante lo importante.
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