El intenso olor provocado por el fuego, las nubes gigantes de humo, sirenas de bomberos, imágenes sobrecogedoras, la sensación de un estado de caos y cientos de personas enfrentándose a los incendios simultáneos en Quito.
Desde hace varias semanas Quito ha sido sacudida por devastadores incendios que van dejando cicatrices profundas en la ciudad y sus habitantes. Las llamas no solo consumieron hectáreas de vegetación, sino que arrasaron con hogares, animales, bienes y el trabajo de toda una vida. La pérdida material es evidente; familias enteras han quedado despojadas de su hogar, enfrentando la difícil tarea de reconstruir sus vidas desde cero.
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El humo denso que se ha adueñado de la atmósfera se ha convertido en un enemigo silencioso. Las partículas finas que flotan en el aire son capaces de penetrar en los pulmones y provocar una serie de problemas de salud: desde irritaciones respiratorias hasta enfermedades crónicas. Las personas más vulnerables, como los niños, ancianos y aquellos con condiciones preexistentes, enfrentan un peligro aún mayor.
El impacto de esta tragedia se extiende más allá de lo físico. La salud emocional de la población se encuentra en un estado crítico. El estrés, la ansiedad y la incertidumbre son emociones que ahora comparten muchos, aunque no hayan sido afectados directamente.
La reconstrucción no solo implica recuperar lo material, sino también restaurar la esperanza y la resiliencia de los quiteños.
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Lo que a veces parece un resfrío común se va complicando con tos, molestia en el pecho, malestar, fiebre y visitas contantes al médico. Este #DomingodeDíaaDía pic.twitter.com/CjhyHWyu4y
— @DíaaDíaec (@DiaaDiaEc) September 14, 2024