Actualizado 10:54
Redacción Día a Día |
Esto no es solo comida. Es un ritual, una cita con el sabor y la historia. En Ecuador, el cangrejo no se come: se celebra. Cuando llega la veda, es momento de guardar las tenazas. En ese tiempo no se puede capturar ni vender, y quienes respetan la tradición esperan pacientemente su regreso. Esa pausa es necesaria. Es respeto. Es conciencia. Y hace que, cuando vuelve, su sabor sea aún más esperado.
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Esta pausa no es un capricho, es una medida de protección vital: la veda del cangrejo rojo y azul se aplica en diferentes meses del año para permitir su reproducción y asegurar que esta especie tan codiciada no desaparezca de las costas ni de las mesas. La veda es ley, pero también un acto de conciencia ambiental que todos deben respetar.
Lo que hace especial al cangrejo en Ecuador no es solo su sabor, sino todo lo que lo rodea: la reunión familiar, el ritual de escogerlos, lavarlos, cocinarlos con infinidad de especias, chupar las patas, ensuciarse las manos y reírse en el intento. Este ritual huele a ajo, comino, achiote y cebollas; que se acompaña con maduro, verde, arroz y patacones. Es un plato que se come despacio, que invita a conversar, a compartir secretos y a recordar. Por eso, más allá del gusto, el cangrejo es un símbolo de unión.
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