Corea del Sur batió el jueves otro récord diario de muertes por COVID-19 mientras las autoridades de salud reportaron más de 621.000 nuevos casos en plena ola de la variante ómicron, que ha sido peor de lo que se temía y amenaza con colapsar un sistema hospitalario ya al límite.
Los 429 decesos confirmados en las últimas 24 horas superaron en casi 140 la marca previa, establecida el martes. El número de víctimas mortales podría seguir subiendo en las próximas semanas debido a los intervalos entre el contagio, la hospitalización y el fallecimiento.
Cifras
Las 621.266 nuevas infecciones diagnosticadas por las autoridades sanitarias fueron también un récord diario que batió el anterior, las 400.624 de la víspera. Esto elevó el total nacional de casos de COVID-19 por encima de los 8,2 millones, de los cuales más de 7,4 millones se han registrado desde principios de febrero.
El brote ha sido bastante mayor de lo que había previsto el gobierno, que sostiene que ómicron está acercándose a su pico.
Las autoridades han tratado de calmar el temor de la población en medio de preocupaciones acerca de una respuesta inadecuada a la crisis, y afirman que la nueva variante no es más letal que la gripe estacional para quienes están vacunados, y es menos peligrosa que la delta que azotó el país en diciembre y a principios de enero.
Fallecidos
La tasa per cápita de fallecidos en pandemia sigue siendo mucho menor en el país que en Estados Unidos o en muchas naciones europeas, algo que las autoridades atribuyen a la elevada tasa vacunación. Más del 68% de los surcoreanos recibieron la dosis de refuerzo de la vacuna.
Pero algunos expertos apuntan que las autoridades sanitarias subestimaron claramente los efectos de un brote a mayor escala sobre unos trabajadores hospitalarios ya agotados tras superar la ola causada por delta. Critican al gobierno por enviar un mensaje erróneo a la población al suavizar las restricciones sociales y comunicar que ómicron causaba cuadros leves de la enfermedad.
Los contagios pudieron verse agravados por la intensa campaña presidencial previa a las elecciones de la semana pasada, que también pareció haber reducido la capacidad política para mantener una sólida respuesta al brote.