Testimonio de una adopción ilegal: Mi mente me protege de mis recuerdos

Por Viviana Acosta

En 1989 se desató un escándalo de adopciones ilegales entre Ecuador y Noruega. Al menos 13 niños y niñas ecuatorianos fueron enviados a Europa. Uno de ellos es Miguel Oswaldo Jácome Guzman, quien busca a su familia ecuatoriana durante más de 30 años sin éxito. Este es su testimonio:

«Me llamo Mikael Ognes Jácome. Fui separado de mi familia en Quito, Ecuador, cuando tenía alrededor de 3 años y luego llevado a Noruega, donde me adoptaron de forma ilegal. Empecé a buscar a los míos en Ecuador, pero encontré una dolorosa respuesta que parece acabar con mis pocas esperanzas de conocer mi origen.

Nací el 30 de abril de 1983, en Quito, y mi nombre de nacimiento es Miguel Oswaldo Jácome Guzmán, según constan en los documentos firmados por el abogado Roberto M. Con esos papeles se realizó el trámite de mi adopción y después me llamaron Mikael Mo Ognes, pero lo cambié en 2012 -cuando esperaba a mi primer hijo- a Mikael Ognes Jácome. Quería tener uno de mis apellidos ecuatorianos.

Desafortunadamente no recuerdo casi nada de mi infancia en Ecuador y en Noruega. Creo que mi cuerpo y cabeza han aprendido a protegerme de los acontecimientos dolorosos y difíciles de mi vida. Sin embargo, hay dos episodios que no se han podido borrar de mi memoria.

Uno es las agresiones que sufrí en Ecuador. En mi mente se repiten imágenes de una persona –de quien no recuerdo su rostro– que me golpea con un cinturón. Esta etapa dolorosa aún está presente en mi vida porque tengo marcas en mi cuerpo.

Y otro episodio que recuerdo con claridad es en una cocina donde había un televisor pequeño sobre una refrigeradora. Allí veía ‘Night Rider’, conocido en Latinoamérica como ‘El auto fantástico’.  Esto fue, probablemente, en una de las casas del abogado Roberto M., quien era el intermediario en Ecuador para dar en adopción de forma ilegal a niños y niñas en Noruega.

Fotografía del pasaporte de Miguel cuando tenía 3 o 4 años. Cortesía.

Las pocas veces que lo vi y las imágenes que tengo de él me permiten describirlo como un hombre muy bien vestido, con un pelo impecable y que tenía poder, disciplina y autoridad. Además, recuerdo que una vez me dijo que jugara con el hijo de su empleada, quien era unos años mayor que yo. Y en otra ocasión nos acompañó en un paseo con mis padres adoptivos por un parque del norte de Quito.

No tengo otros recuerdos. Esto me parece muy triste, pero creo que he experimentado acontecimientos traumáticos, una dolorosa separación de mis padres biológicos y todo sugiere que fui sometido a algo criminal. Estar en una situación así no puede ser algo que se quiera recordar.

Incluso no tengo claro cómo me sacaron del país. Lo único que sé es que Roberto M. fue el encargado de coordinar mi traslado, los documentos y todo lo referente a mi adopción con el Foro de Adopción de Noruega.

‘Una nueva vida’

Roberto M., Miguel y pareja encargada de cuidarlo en casa de Quito, donde permaneció antes de ser llevado a Noruega. Cortesía.

Conocí a mis padres adoptivos en la primavera –entre marzo y junio– de 1988, en Ecuador. Me quedé con ellos en un hotel de cuatro estrellas, ubicado en la avenida 12 de Octubre, norte de la capital. Roberto M. recomendaba ese lugar a cualquiera que adoptara a través de él.

Recorrí con ellos varios lugares, pero después de tres semanas regresaron a Noruega. Roberto M. no me había preparado para lo que iba a pasar y cuando me dejaron pensé que me abandonaron.

En septiembre de 1988 mi madre adoptiva vino a recogerme en Ecuador. Volamos a Noruega y empezó mi nueva vida en la ciudad de Orkanger. Intenté ser un buen niño, tratando de adaptarme y entrar en las rutinas del nuevo país. Conocí a mi familia adoptiva, pero sentía que era difícil.

Miguel junto a su abuela y bisabuelo cuando tenía 5 años. Cortesía.

No recuerdo mucho lo que pensé cuando llegué a Noruega, pero he leído las cartas que enviaron mis padres adoptivos al Foro de Adopción, para que se comuniquen a Ecuador. Supuestamente un requisito para conocer la situación del menor que era adoptado.

En una carta decía que era un chico feliz que intenta adaptarse rápidamente, pero esto no era real. Una semana después de mi llegada me negué a hablar noruego, incluso un trabajador del jardín de infantes me habló en español y me rehusé a contestarle.

Miguel y sus padres adoptivos en un bosque de Noruega cuando tenía 6 años. Cortesía.

Fui muy inseguro, tenía miedo de que mis padres adoptivos no regresaran si salían a dar un paseo, tuve pesadillas por las noches y al principio me orinaba en la cama. Me tomó mucho tiempo calmar estos pensamientos. Pero creo que han estado dentro de mí todo el tiempo porque mi vida ha sido una confusión.

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‘No pertenezco a este lugar’

Estas dolorosas experiencias se sumaron a la difícil realidad de vivir en Noruega. Aunque hice lo que pude para encajar en mi familia, siempre me veía y me sentía diferente. Era como si fuera una hierba, alguien que pertenece a otro lugar y que no debería haber estado allí.

Durante este proceso además tuve que enfrentarme al racismo. En Orkanger, el 99% de las personas eran blancos. En mi escuela, todo los niños y niñas tenían genes noruegos; y en el edificio donde vivía no estaban acostumbrados a convivir con personas diferentes a ellos.

Miguel en el Día Nacional de Noruega. Mayo de 1997. Cortesía.

Recuerdo muchos episodios en los que me discriminaron tanto niños como adultos. Recuerdo que cuando probablemente tenía 9 años participé en una manifestación. Allí un adolescente, con quien había jugado cuando era pequeño en el barrio, gritó insultos racistas para quienes estábamos en el lugar.

Pero esta no fue la única experiencia. Los conductores de autobús tampoco se detenían y las personas nos miraban muy mal. “¡Negros! ¡Extranjeros! ¡De dónde vienes!”, son algunas de frases que la gente decía y todavía dice.

He sido intimidado y he tenido un poco de suerte, pero creo que he aprendido a ignorar los gritos racistas. También me refugié en el fútbol y jugué en un equipo de Orkanger cuando tenía 14 años.

Miguel en un equipo de fútbol de Orkanger (1995). Cortesía.

En Noruega todavía hay mucha xenofobia y odio, sobre todo de la población adulta. Afortunadamente ya ha disminuido. Es triste haber vivido más de 30 años con ese sufrimiento por ser una víctima más de Roberto M. y del Foro de Adopción. Es algo criminal, muy hiriente, porque siempre tuve la esperanza de que la adopción fuera legal.

‘Una forma de anestesiar mi alma’

Intenté adaptarme a mi nueva familia, pero creo que, probablemente, mi relación con ellos era falsa. Cuando era niño hablaba más con mi madre adoptiva, pero con mi padre no tuve una buena relación.  

La convivencia con mi familia cuando era menor de edad fue aceptable, pero siento que he perdido muchas cosas, como el sentido de pertenencia. Sentirme amado por mis padres o que estén orgullosos de mí es algo que no he experimentado con mi familia noruega.

Cuando tenía alrededor de 16 años tenía la sensación de que quería calma en mi mente y empecé a fumar marihuana. Necesitaba alejarme de la vida cotidiana. Iba a la escuela pero por la noche fumaba para calmarme. Era una forma de anestesiar mi alma.

Miguel cuando tenía 14 años de edad (1997). Cortesía.

Tuve muchos conflictos en mi casa. No nos entendíamos y creo que nunca hubo interés de mis padres adoptivos por entender quién era Mikael. Viví con ellos hasta los 18 años, cuando decidí mudarme porque no quería una vida y un futuro donde crecí. Continué fumando marihuana diariamente, como medicina para dormir o anestesiarme. Pero después de tener hijos la dejé.

Cuando tenía 20 años enfrenté a mis padres noruegos y mi madre me dijo que no quería tener más contacto conmigo. Yo acepté y continué con mi vida.

No tuvimos relación durante años. Y cuando mi exconviviente y yo esperábamos a nuestro primer hijo volvimos a hablar. Tuve que darles una segunda oportunidad. Sin embargo, la convivencia no ha cambiado mucho porque ellos no han sabido escucharme.

Miguel y sus padres adoptivos en 1997. Cortesía.

Esto me ha enseñado mucho sobre ser padre y ahora intento dar lo mejor de mí a mis hijos, pero sobre todo lo que me faltó de mis padres adoptivos. He sido fuerte y aprendí que soy diferente y no hay nada que pueda hacer. Además, la terapia se ha convertido en una forma de calmar mis pensamientos de otra manera. Hablo semanalmente con mis padres adoptivos.

La verdad de la adopción

Empecé a buscar respuestas de mi origen en 2005. Acudí a mis padres adoptivos para que me enviaran mis papeles. Mi exnovia me ayudó. Indagamos por Facebook pero no logramos nada.

12 años después hice un nuevo intento, pero en esta ocasión solo llamé al Foro de Adopción y me dijeron que estaban de vacaciones, pero que tenían una visión general del caso desde 1988. Cuando regresaron del descanso me explicaron que el caso estaba obsoleto y que no podían ayudarme.

Primera foto de Miguel que tienen su padres adoptivos. Cortesía.

Con esas palabras sentía que no podía obtener alguna respuesta de mi origen. Sin embargo, en 2022 recibí una llamada telefónica de mis padres adoptivos. Ellos me dijeron que había un documental sobre el escándalo de adopción entre Ecuador y Noruega en la televisión.

Pensé que no era sobre mí porque siempre me dijeron que mi adopción era legal. Y cuando los casos llegaron a los medios de comunicación entendí que yo era uno de esos niños.

Además, todos los papeles confirmaron mis pensamientos. Antes de llevarme a Noruega, Roberto M. y sus socios me practicaron varios estudios médicos, entre ellos uno del corazón en el que se señalaba que tenía problemas cardíacos. No obstante, cuando llegué a Noruega me examinaron y no había tal problema. Estos detalles me ayudaron a entender que algo no estaba bien sobre mi adopción.

Supuesta madre biológica: ‘No me busques’

En febrero de este año logré ubicar y contactar a la mujer que constaba en mis documentos como mi madre biológica. Sentí un gran alivio, pero sus respuestas terminaron por aumentar la incertidumbre de quién soy.

Luis, otra víctima de este escándalo de adopción, y su esposa me ayudaron a comunicarme con ella porque no hablo español. Luego de insistir varios días tuvimos noticias de Yolanda J., mi supuesta madre biológica.  Ella me pidió perdón y me confesó que me dio en adopción porque no podía mantener a tres hijos y llevaba “una mala vida”.

 “Tuve que darte en adopción. Espero que tú seas feliz. Eres parte de mi pasado. Te tengo que pedir perdón de rodillas por lo que te hice, pero yo pensé en lo mejor para ti (…). No quiero lastimarte, quiero que sigas tu camino y no me busques”, me dijo en un audio.

Estas palabras no fueron suficientes porque yo quería reencontrarme con mi familia e insistí. Luego de varios días tuve una nueva respuesta, pero en esta ocasión con una confesión que me destrozó.

Miguel en su casa en 2022. Cortesía

Yolanda J., habló nuevamente con Luis y pidió que yo no estuviera presente porque lo que tenía que decirme era muy “penoso de comunicar”. Antes de confesar la verdad, enfatizó en que su intención no era hacer daño y reveló que tiene varios problemas de salud.

“Esto me ha venido atormentando”, inició. Ella contó que trabajaba como manicurista a domicilio y en una de las casas conoció a los responsables de mi adopción. Allí vivía una pareja de adultos, quienes le dijeron que tenían un niño huérfano porque su madre –una supuesta empleada– murió. Ellos le pidieron ayuda porque supuestamente iban a enviar al pequeño a una casa de acogida y para evitarlo ella debía prestar su nombre para constar como mi madre biológica.

“Pensando en lo mejor (…) yo solo firmé. Miguel no es mi hijo. Me da mucha pena, pero esa es la verdad”, confesó durante la llamada.

En ese momento me sentí muy mal y ahora solo quiero saber quién soy, quiero reencontrarme con mi familia. Siempre ha habido un vacío triste y grande en mi vida. Espero que al contar mi historia pueda obtener un cierre.

Miguel en un viaje con su hijo a Hemsedal, en 2015. Cortesía.

Trabajo en un jardín de infantes desde 2005. Vivo en la capital de Noruega, Oslo. Tengo dos hijos, de 8 y 10 años, de una relación anterior, donde aprendí el valor de la familia.

He sido honesto con mis hijos sobre el proceso que estoy a travesando y ellos quieren que su padre encuentre a su familia. También es su familia y parte de su identidad. Queremos encontrar respuestas. Ese es mi mayor deseo. La esperanza vive, aunque sé que es difícil».

Miguel espera conocer a su familia real. En la primera entrega de esta serie se conoció la historia de Luis, quien gracias a una investigación propia conoció a su padres. Y en una tercera entrega, Camilla cuenta su caso, tras 35 años de haber sido llevada desde Ecuador hacia Noruega. Pronto la publicación.

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