Las palabras del máximo jefe militar de Estados Unidos no fueron nada nuevo, pero resultaron particularmente relevantes en medio de la caótica semana que vive el Pentágono.
“Somos algo único entre los servicios militares”, declaró el general Mark Milley, jefe del estado mayor conjunto. “No juramos lealtad a un rey o una reina, a un tirano o un dictador. No le juramos lealtad a un individuo”.
Milley hizo esa declaración el miércoles, en la dedicatoria de un museo del Ejército, en una semana en la que el presidente Donald Trump despidió al secretario de defensa Mark Esper e instaló a tres fieles servidores en altos cargos del Pentágono. Los abruptos cambios generaron inquietud acerca de lo que Trump pueda querer hacer en los dos últimos meses de su gobierno y en torno a una posible politización de un organismo históricamente apolítico.
Los comentarios de Milley, quien al hacerlos estuvo junto al sucesor de Esper, el secretario de defensa interino Christopher Miller, reflejaron su convicción de que la misión de los militares es proteger y defender la constitución.
Sus palabras, pronunciadas en momentos en que Trump se niega a admitir su derrota electoral ante Joe Biden, fueron un recordatorio de que los militares existen para defender la democracia y no para ser usados como herramienta política. “Juramos defender la constitución”, insistió Milley, “y proteger y defender ese documento a cualquier costo personal”.
No están claros los motivos que llevaron a Trump a hacer los cambios en la cúpula del Pentágono, pero generaron desasosiego en el edificio. ¿Fue simplemente un ajuste de cuentas con Esper y los demás porque no habían sido lo suficientemente leales? ¿Hay un plan para hacer cambios más grandes de los que después Trump pueda presumir? ¿O, en el caso más extremo, Trump está buscando el apoyo de los militares para permanecer en el poder?
Milley descartó esa última posibilidad, diciéndole al Congreso que “en caso de alguna disputa sobre ciertos aspectos de las elecciones, las leyes y el Congreso son las que deben resolverlas, no los militares”. Agregó que los soldados no deben involucrarse en la transferencia del poder después de una elección.
Trump estaba muy molesto con Esper, quien se opuso al empleo de los militares para controlar manifestaciones de protesta en junio. Esper, por otro lado, hizo fuerza para que Trump no dispusiese un retiro de todos los efectivos que Estados Unidos tiene en Siria y Afganistán.
Si el objetivo es permitirle a Trump hacer un cambio de políticas, tener personas leales en la cúpula puede ayudar, sobre todo en cualquier esfuerzo por complicar el traspaso de la presidencia a Biden. Otro objetivo podría ser un retiro rápido de efectivos en Afganistán. Pero más allá de eso, no hay demasiadas cosas que pueda hacer el presidente en poco tiempo.
El Pentágono es un organismo que planifica mucho los pasos que da. Una burocracia enorme que no va a cambiar en un suspiro.
La cúpula militar, es de notar, no ha recibido órdenes nuevas. Y sus jefes piden paciencia y estabilidad.
La mayoría de los observadores cree que Trump tal vez quiera despedirse de la presidencia retirando las fuerzas que quedan en Afganistán. Ha dicho que quería retirarlas para las fiestas de fin de año, mientras que los líderes militares recomiendan un retiro más metódico, que les permita sacar equipos y ejercer presión sobre el Talibán en conversaciones de paz.
Durante casi cuatro años, Milley y su predecesor, el general Joseph Dunford, lograron contener los impulsos de la Casa Blanca en el terreno militar. La convencieron de que no retirase las fuerzas en Siria y demoraron la salida de efectivos de Afganistán para que Estados Unidos siguiese incidiendo en las negociaciones con el Talibán, al tiempo que contiene un rebrote de actividad de la organización Estado Islámico.
Milley y Esper convencieron a Trump de que no use soldados para reprimir protestas civiles.
En otras áreas, sin embargo, los líderes del Pentágono le siguieron la corriente a Trump. Encontraron la forma de usar dinero del Departamento de Defensa para construir el muro en la frontera con México, crearon una Fuerza Espacial, evitaron una prohibición explícita de la bandera de la Confederación y desistieron de renombrar bases que llevan el nombre de generales confederados.
Los intempestivos cambios de personal de esta semana, no obstante, aumentaron la ansiedad del personal civil y militar del Pentágono. Además de reemplazar a Esper con el exdirector del Centro Nacional de Contraterrorismo Miller, Trump nombró a dos aliados como subsecretarios, Anthony Tata y Ezra Cohen-Watnick. Otros dos subsecretarios, James Anderson y Jojseph Kernan, renunciaron el martes.
Miller trajo su propio jefe de despacho, Kash Patel, quien estuvo muy cerca de Trump durante la fase final de la campaña presidencial. Y será asesorado por Douglas MacGregor, firme promotor del retiro de efectivos de Afganistán.
Miller no ha dicho mucho acerca de sus planes.